CALAFATE...
Dice una leyenda que cierta vez,
Koonex, la anciana curandera de una tribu
de la zona, no podía caminar más; sus
viejas y cansadas piernas estaban agotadas, pero la
marcha no se podía detener. Entonces, Koonex
comprendió la ley natural de cumplir con el
destino. Las mujeres de la tribu confeccionaron un
toldo con pieles de guanaco y juntaron abundante leña
y alimentos para dejarle a la anciana curandera, despidiéndose
de ella con el canto de la familia.
Ella quedaba sola para morir. Todos los seres vivientes
se alejaban. Comenzó a sentir el silencio como
un sopor pesado y envolvente.
Pasaron muchos soles y muchas lunas, hasta la llegada
de la primavera. Entonces nacieron los brotes, arribaron
las golondrinas, los chorlos,... volvía la
vida.
Sobre los cueros del toldo de Koonex, se posó
una bandada de aves cantando alegremente.
De repente, se escuchó la voz de la anciana
curandera que, desde el interior del toldo, las reprendía
por haberla dejado sola durante el largo y riguroso
invierno.
Una golondrina, tras la sorpresa, le respondió:
-"nos fuimos porque en otoño comienza
a escasear el alimento, además durante el invierno
no tenemos lugar en donde abrigarnos"
Cuando una ráfaga, de pronto, volteó
los cueros del toldo, en lugar de Koonex
se hallaba un hermoso arbusto espinoso, de perfumadas
flores amarillas. Al promediar el verano las delicadas
flores se hicieron fruto y antes del otoño
comenzaron a madurar tomando un color azulmorado
de exquisito sabor y alto valor alimentario.
Desde aquél día algunas aves no emigraron
más y las que se habían marchado, al
enterarse de la noticia, regresaron para probar el
novedoso fruto del que quedaron prendados.
A partir de entonces, "el
que come Calafate, siempre vuelve"...